Todos los integrantes de una sociedad democrática somos ciudadanos de pleno derecho. Eso quiere decir, que además de disfrutar de las garantías que ofrece un sistema legal igualitario, como participantes de la sociedad tenemos una serie de derechos y deberes que nos otorgan nuestra condición de ciudadanos.
La ciudadanía nos concede la opción de participar en la vida social, política y económica de nuestra sociedad. ¿Qué quiere esto decir? Pues que todos y cada uno podemos expresar libremente nuestras ideas y pensamientos, emprender acciones políticas y económicas, y ser miembros activos de la sociedad en la que vivimos. El límite y la transversalidad que lo debe empapar todo está en la tolerancia, el respeto a quien piensa diferente, el diálogo y, en definitiva, el espíritu democrático, que no es más que aceptar deportivamente que somos sujetos con ideas variables, y con influencia en la sociedad también variable.
Sin embargo, la participación ciudadana es todavía una quimera, una ilusión social. ¿Por qué? Existen dos factores que, a mi juicio, actúan de limitadores de la ciudadanía:
El primero es el elevado nivel técnico de la BUROCRACIA que acompaña a la participación ciudadana, sobre todo al hablar de necesidad de organización, en los casos particulares de las asociaciones o iniciativas políticas. Alzar tu voz, participar, intentar ser escuchado... Necesita asesoramiento legal contínuo, y conocimiento de los laberintos administrativos pertinentes para todo ello. Este primer factor produce que sean pocos los que participen de asociaciones u organizaciones, y que, en muchos casos, se produzca una profesionalización de esta participación ciudadana, lo que hace perder en ocasiones su inicial legitimidad popular a algunas iniciativas...
Pero es el segundo, el más importante de todos los limitadores: El MIEDO. ¿Miedo a qué? Miedo a todo. Y en este caso, ya no me refiero a la militancia en organizaciones. Simplemente, a la participación u opinión pública como ciudadanos individuales ante cuestiones de la sociedad de las que todos tenemos algo que decir, desde un espíritu meramente humanista. Muchas personas prefieren no pronunciarse, no participar en campañas si pueden verse como algo problemático por parte de alguien de quien dependamos (o podamos llegar a depender) en alguna medida, o simplemente no apoyar causas que, desde el silencio de nuestra privacidad, sí apoyaríamos con fuerza, pero jamás públicamente. (Y menos en internet, donde todo permanece). Miedo a perder algo en su carrera profesional.
El miedo nos paraliza, porque nuestra escala de prioridades está bien clara: Primero es comer, luego es ser ciudadano. Pero... ¿Hasta qué punto es prudente mantenerse al margen de hechos de la actualidad que realmente te interesan y sobre los que te apetece aportar tu visión? ¿Dónde está el límite de lo que es políticamente correcto y lo que no? ¿Por qué la participación ciudadana parece enemiga del mercado laboral?
Lo cierto es que todos tenemos miedo en mayor o menor medida, y ese miedo es el que más paraliza el espíritu emprendedor (no sólo me refiero a abrir una empresa): Miedo a no ser apoyado por el mercado laboral, o por nuestra familia, amigos... A perder los recursos de los que disponemos, en definitiva.
Es cierto, por otra parte, que debemos ser cautos y pensar dos veces las cosas antes de publicarlas, sobre todo en Internet, ya que este rastro permanecerá siempre accesible a los buscadores; accesible, por tanto, a los reclutadores y seleccionadores. Y también es verdad que es preferible encontrar rastros coherentes y centrados en la profesionalidad, que otros datos de índole más personal o privado, por lo que es muy importante configurar las privacidades de las redes sociales (especialmente las que utilicemos con fines más personales).
Además, como se recomienda en todos los manuales de orientación laboral, no es conveniente indicar en el currículum las afinidades o militancias políticas, ideológicas o religiosas, ni datos que revelen ciertas tendencias en este sentido. Pero... ¿Esto quiere decir que sólo es buen profesional aquél que se muestre impasible ante la actualidad en todos sus rastros? ¿Sólo es buen profesional aquel que no tiene opinión ni acción sobre lo que no sea su reducido universo técnico-profesional?
Personalmente, merece mi máximo respeto todo aquel que tiene alguna idea clara, sea cual sea (y siempre que no contravenga los derechos y libertades fundamentales), la comparta o no personalmente. Ello demuestra, al menos, cierto nivel de coherencia y compromiso con algo, valores muy difíciles de encontrar a simple vista. Y consideraría de una miopía terrible que se puedan producir descartes en selección de personal en función de opiniones o tendencias en la vida no-profesional de un candidato.
Conviene, no obstante, matizar que una cosa es participar y opinar libremente a través de los cauces adecuados, y otra muy diferente es mezclar contextos inadecuadamente.
Es decir, cuando hablamos de apoyar a una causa social, por ejemplo, no es necesario involucrar a nuestro contexto laboral, ya que en el trabajo debemos ser profesionales el 100% del tiempo, dejando a un lado el resto de nuestras aspiraciones u opiniones.
Pero además de trabajadores, somos ciudadanos. Entonces... ¿Por qué un profesional puede ser descartado si se descubre que tiene opiniones propias sobre la sociedad en la que vive? ¿Y qué pasa con los librepensadores? (Los siempre desheredados, que no contentan a ningun lobby político) ¿No tienen derecho a dar su opinión o apoyar iniciativas, sin que esto tenga o pueda tener un coste en su desarrollo de la carrera?
La clave del asunto está en que tanto trabajadores como seleccionadores sepan discernir en una persona el rol de profesional del rol o condición de ciudadano pensante y activo en la sociedad o en la vida privada. No tienen porqué ser conceptos antagónicos ni producir situaciones complicadas para una empresa, ya que lo único que hay que guardar por parte de todos es un profundo respeto a cada contexto y a los valores democráticos en general.
Si, por el contrario, creemos que un trabajador con iniciativas o simplemente ideas propias, puede ser peligroso para una organización, por el simple hecho de utilizar su condición de ciudadano, entonces no creeremos en una sociedad democrática, y estaremos eligiendo una sociedad de individuos pasivos y obedientes... Aunque luego también queramos que tengan talento y sean eficientes y brillantes... ¡No se puede tener todo!
La participación ciudadana no es sólo un valor o una opción. Es la condición esencial para la construcción de una sociedad más humana, más a la medida de las necesidades de las personas que viven en ella. Cuando todos nos involucremos más en lo que creemos, sin miedo a equivocarnos o al qué dirán, entonces nos habremos creido aquello de que la democracia es algo que vá más allá de votar cada cuatro años a unos políticos. ¿Y tú qué opinas?